Primero la sorpresa. Después la rabia y la impotencia. Éstos
son los sentimientos que suele tener la gente al enterarse de un nuevo caso de
corrupción…
¿Sorpresa? Tal vez esta reacción esta propensa a desaparecer,
ya que cada vez es más común encontrarnos con funcionarios corruptos cuyos
actos ilegales salen a la luz.
El último gran impacto de un acto de corrupción fue el del
ex secretario de Obras Públicas del gobierno kirchnerista, José Lopez. Más de ocho
millones de dólares, joyas y un arma de alto calibre es lo que escondía el ex
funcionario, mano derecha de Julio De Vido, quien fue ministro de Planificación
Federal, Inversión Pública y Servicios.
“Josecito”, como algunos lo llamaban, se sumó a la lista de
figuras políticas corruptas, que la integran aquellos funcionarios acusados
ante la justicia de “enriquecimiento ilícito”.
¿Por qué durante los últimos doce años hubo un aumento en
los casos de corrupción? Los funcionarios estaban dentro de una burbuja de
impunidad. Se creían superiores a todos y la justicia los investigaba poco, por
no decir nada.
La cantidad de dinero secuestrada a López es absurda,
números desorbitantes. ¡Qué bien le vendría a la población un porcentaje de esa
plata!
La corrupción a gran escale rompe los cimientos de una
sociedad, aumenta la desconfianza en los políticos, incrementa los deseos de
sobrevivir sin importar lo que ocurra con el que está al lado. Mucha gente que
se queda atónita con casos de corrupción y los critica, es la primera en
intentar sobornar a un policía para salir libre de una multa de tránsito. La
corrupción entró en todos los estamentos de la sociedad.
La pregunta central sobre este tema es: ¿hay solución? La
respuesta no es una ciencia exacta, se puede debatir sobre ella mucho tiempo.
Por el momento, hay que celebrar cada vez que un “Josecito” es descubierto y no
queda impune.
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